Artículo Periodístico 4.452º: “Gastrosofía: Degustando el cocido de Lalín, I”.
Nos acercamos a la comida, al
cocido, al cocido de Lalín mostrando y describiendo algunos aspectos en esa
relación tan profunda entre lo humano y la Naturaleza y el pensar…
Estamos
en una etapa histórica, que el viaje y el viajero, es una fuente no solo de
ocio y placer y cultura, sino es un sector industrial. Por lo cual, nos vemos
obligados a valores y factores y vectores y características que están en la
realidad, intentan entender y comprender como fenómenos más completos. Puede
que un cocido solo sea un alimento más, una combinación de gustos y sabores y
colores que se han ido depurando y sintetizando y amplificando y evolucionando
desde hace milenios. El hoy, el hoy de una técnica, y, la comida es también una
técnica, aunque no lo crea, ha sido la evolución de milenios. Y, en esos
milenios se han ido insertando realidades de todo tipo. Conocí a una persona,
que entre sonrisas y silencios, indicaba que cuándo se casó solo invitó a un
cocido, porque no existían otras posibilidades…
Toda
comida o todo plato, incluso siendo el mismo, existen variedades, en el cocido,
ya hemos indicado en otros artículos de opinión, una docena de variedades, que
a su vez, existen subvariedades, y, después llegas al fogón de la madre o de la
abuela o de la bisabuela o de la nieta, y, la misma comida es o tiene matices,
sea una tortilla española, sea un cocido gallego, sea una paella. Los humanos
todo lo que tocan lo transforman y convierten en otra realidad. Es nuestra
capacidad doble, por un lado de invención y de admiración, por otro, es la
necesidad de la situación concreta, si ese día o semana se tiene más
vegetal/grelos, se le añade más, si existe menos cerdo, pues menos, si existe
más dolor en el corazón de quién lo hace, pues también se nota…
En
algunos lugares del mundo, algunas comidas del México profundo, se hacen el
proceso del calentamiento/coción, no durante una hora o dos, como es la comida
tradicional, del puchero ibérico o de Iberia, sino durante horas y horas,
incluso tapadas por tierra… Los factores y vectores del mundo van influyendo,
van cambiando. Hoy, la comida, la importancia del plato, creo está, en que las
personas cada día, tienen que alimentarse y degustar platos muy deprisa, porque
la velocidad del trabajo es inminente, todo el mundo tiene más obligaciones de
las que puede soportar. Y, por tanto, en tiempos de descanso, se marcha y
marchan con más tranquilidad, quieren el cocido de la madre, quieren el cocido
de la abuela. Quizás, desean saborear ese olor o gusto de su niñez, y, ahora ya
con ochenta años, ha vuelto a su tierra de origen, después de estar cinco
décadas en Madrid o en Barcelona o en Nueva York o en Buenos Aires o en Berlín,
y, desean saborear los recuerdos. Y, en el fondo, se le mueven y remueven
lágrimas en su profundo corazón, lágrimas sin agua, pero lágrimas…
La
carne de cerdo ahumada, como fórmula casi secreta de ese cocido que los labios
y los dedos se chupan. Degustándolo en un lugar, ni demasiado moderno de
estética y estilo, ni demasiado tosco de popular, en ese intermedio de la
realidad humana, porque demasiado popular y rústico, nos parecería un teatro,
demasiado moderno, no armonizaría con ese sabor de ese cocido y cocido de
Lalín, que no solo estás alimentándote, no solo hablando con personas cercanas
o muy cercanas, sino quieres saborear de algún modo la historia o microhistoria
de tus recuerdos. Somos recuerdos, aunque sabemos que los recuerdos se olvidan
y se cambian y se transforman y recordamos unos y olvidamos otros, creamos y
criamos los recuerdos. Eso es el misterio del hombre. Se escribe de una manera,
en la treintena cuando crees que tendrás una puerta a ser escritor y
escribiente, tienes esperanza de ser y serlo, y, crees como el gallego Cela, que el aguanta gana. Y, se
escribe de otra manera, a casi las siete décadas, cuándo sabes que has
atravesado los desiertos de la realidad, siempre buscando razones y modos y
maneras y formas, y, puedes aceptar, que no sabes, si tus escritos perdurarán
dentro de mil lunas…
En
una sociedad y país, que se ha cambiado todo, creemos y nos creemos
tradicionales, pero hemos cambiamos todo. Ahora, en estos últimos lustros,
intentamos mantener realidades del pasado, sean piedras o sean canciones o sean
gustos y sabores. Ahora, nos estamos dando cuenta, que nuestros aires y vientos
y aguas y tierras y nubes y mares, no son las mejores del planeta, pero no son
menores y de menor valor que las de otros lugares. Estamos y somos, nos estamos
dando cuenta, que nuestros platos, tradicionales o nuevos, no son más que los
de los otras geografías, pero tampoco somos menos. Y, al aceptar este
principio, nos hemos dado cuenta, que una tortilla manchega o un cocido gallego
de Lalín, son dos variedades de la realidad humana. Cuántos corazones ante un
cocido han sentido alegría, y cuántos habrán sentido pena, porque al día
siguiente se marchaba a Argentina. Cuántas madres y abuelas, habrán comido el
último cocido sabiendo que al día siguiente el hijo se iba a Buenos Aires, y,
con una sonrisa triste, han querido que ese último cocido, ese último día del
hijo en la casa familiar, no faltase una sonrisa. Cuántos y cuántos. Eso hace
el cocido, el cocido de Lalín, traernos recuerdos, el cocido de Lalín, como el
símbolo y metáfora de tantas comidas últimas, de tantas personas, que han
tenido que marchar. Y, que hace cien años, nunca sabrían si volverían a verlo.
Hoy,
en este modesto artículo sobre el cocido de Lalín, extiendo como metáfora y
símbolo, a todas esas madres y abuelas, que pusieron, la última comida a su
hijo o hija, que sabían que marchaban al día siguiente a las Américas o a la
Europa profunda, y, que no sabrían si volverían a verlos en esta vida… El
cocido y el cocido de Lalín y la tortilla y la paella es eso y mucho más…
http://filosliterarte.blogspot.com.es © jmm caminero (27-29 sept. 2024 cr).
Fin artículo 4.452º:
“Gastrosofía: Degustando el
cocido de Lalín, I”.
E.
29 sept.