Artículo Periodístico 4.476º: “Gastrosofía: Degustando el cocido de Lalín, II”.
El cocido es el símbolo de la
realidad, ninguna cosa o casi ninguna, está conformada por un solo vector o
variable, el cocido es la ecuación de los garbanzos, carne, fuego, aire…
Podemos
sintetizar la vida en la fórmula del cocido, es como una sinfonía de sabores
que se desarrollan en un tiempo. Desde que cada producto se cría, sea vegetal o
sea animal, hasta todo el proceso de crecimiento de dicha realidad animal o
vegetal, hasta la recogida o cosecha, hasta el sacrificio si es un animal o el
cortar si es un vegetal, hasta el transporte, la preparación y la venta. Y, al
final, llega al fogón familiar, y, sufre todos los cambios. Toda la producción
en la marmita del tiempo, y se va convirtiendo en un alimento. Después como un
rito secular, alrededor de la mesa, y, se empieza en un camino de tiempo y de
sonrisas, también a veces, de lloros y desalientos, se empieza a degustar. Y,
se termina con sentarse y hablar de cualquier tema o cualquier cosa. El proceso
del cocido es como una especie de Iliada y Odisea del ser humano
metido en un fogón o plato o caldero…
La
patata en el cocido de Lalín que no se deshaga, como símbolo de la realidad, de
esas partes y combinado del que hablábamos, todo forme parte, como una ecuación
o fórmula físico matemática, que todo esté en una sinfonía de formas y maneras,
flotantes en el plato. A distinta distancia de la superficie, y, el sujeto comensal
vaya abriendo con la cuchara los trozos del silencio de la vida. Hemos sido y
hemos estado en cada comida, aunque muchos piensan y pensamos que no solo somos
carne y no solo somos cuerpo, sino también tenemos mente y conciencia y psique,
y, también alma-espíritu inmortal, que vivimos y existimos en una sociedad y en
una naturaleza y rodeados por dentro y por fuera de ideas. Un cocido es el
símbolo de todo ello, incluso, algo que nos lleva a pensar, que estamos en este
mundo, pero no solo somos de este mundo. Es las dos antropologías básicas
existentes, unos los que creen, que aquí termina todo, aunque nuestros actos
como ecos siguen de alguna manera funcionando en otros corazones, aunque no
sepan de dónde vienen y devienen la autoría. Y, otros, los que además de
aceptar lo anterior, creen que la Catedral
de Santiago, no es solo cultura, sino que es algo que representa un Algo que nos supera. Al final, sabemos
y hemos encontrado la representación de un jabalí verrugoso, en las Islas Celebes, de hace cuarenta y cinco
mil años.
Misterio
de la vida, el cocido de Lalín, que se hace esencialmente con el cerdo,
distintas partes de dicho animal, el cerdo que es una domesticación del jabalí.
El animal más antiguo representado por el ser humano, pintado por unos ojos y
una mano y una conciencia, fue hace cuarenta y cinco milenios… Es como si el
jabalí/cerdo haya estado con nosotros de una manera o de otra, desde hace
cuarenta y cinco milenios. Piensen ustedes la cifra, cuarenta y cinco mil años.
Se imaginan todo el simbolismo que arrastra este animal, quizás totémico, no
solo ciervos y toros y, sus derivaciones neolíticas o domesticadas… Somos seres
animales racionales, y, por tanto, sentimos que el animal, el otro animal de
otras especies, tenemos que cazarlo y comerlo, pero en el fondo sentimos una
profunda amistad y de respeto hacia ellos. Aunque existen misterios en la
historia del siglo veinte, Altos Poderes de un Estado, crearon las leyes más
evolucionadas y humanitarias hacia los animales, las primeras en la historia,
y, por otro lado, esos Altos Dignatarios de esos Altos y Grandes Poderes fueron
capaces de enviar a campos de exterminio a millones de seres humanos. Pregunta
que está en el corazón de la historia y del corazón humano desde entonces… No
sabemos como explicar y explicarlo y explicarnos.
Por
eso, la comida es el gran rito secular, para intentar que los corazones
encuentren la paz consigo mismos. Que al comer, un plato, que ha sido la
depuración de milenios o siglos o generaciones, el corazón humano, dentro de sí
mismo se equilibre. Que aunque tenemos que alimentarnos, adquirir energía para
vivir y sobrevivir, tenemos que sacrificar animales y cortar la vida de
vegetales, lo hagamos con sumo respeto y con suma dignidad hacia esos seres
vivientes y sentientes, al menos hacia los animales –y, así esperamos que
respetemos también a los animales humanos racionales con alma-. Pero también,
nos encontremos en paz con nosotros mismos y con los demás, con los cercanos y
con los lejanos. Y, al día siguiente, después del cocido, continúa la vida.
Pero el otro, el otro ser humano no es un adversario, no es un enemigo.
Diríamos que la comida, ese domingo donde se juntan tantos cercanos, ese día de
fiesta, es como decirnos, tenemos algo ancestral por lo cual, tenemos orígenes
semejantes, quién sabe si un tatarabuelo de hace tres siglos, es el mismo
antecesor de usted y de mí, aunque no lo sepamos. Aunque podemos imaginar, si
nuestros antecesores están aquí, o alguno de hace tres siglos, aquí en Lalín,
aquí en cualquier lugar de este terruño o pueblo o aldea o villa, es presumible
que alguien tengamos en común de hace tres siglos, aunque ya no nos acordemos…
Borbotean
las carnes de cerdo, los garbanzos, las berzas/grelos en el perol del cocido de
Lalín, borbotea con ese sonido cercano y lejano, como ese fluido-ruido-viento
ancestral. Me digo a veces, cuándo miro el fuego, cuándo percibo esos programas
televisivos que se marcha a la selva desnudos, y, tienen que hacer todo, y,
están durante tres semanas intentando vivir y sobrevivir, sin apenas nada. Me
digo a mi mismo, Einstein fue un
genio, pero me digo a mi mismo, quienes inventaron o descubrieron o
aprovecharon el fuego hace trescientos mil o quinientos mil años también lo
fueron. Quizás, lo inventaron varias veces, en varios lugares, quizás se perdió
varias veces a lo largo de los milenios. Quién se le ocurrió hacer fuego
chocando dos maderas, esa persona debió de ser el Einstein de su época, aquel que hizo fuego chocando dos piedras
especiales ese debió de ser un Einstein
de su tiempo, aquel que se atrevió a recoger una rama ardiente, producida por
un rayo, y la transportó a su cueva, ese ser o esa persona, mujer u hombre
debió de ser un Einstein de su era…
Cuándo
veo el fuego que calienta un perol y borbotea el agua, surge el olor a ese
plato desde los fogones más profundos del alma. Me digo a mi mismo, cuántas
plazas y calles de estas miles de ciudades, alguna o algunas está dedicada a la
invención del fuego. No somos agradecidos, no somos agradecidos, a tanto como nos
han ido dejando los antecesores, no solo de hace un siglo sino de cien siglos…
Hoy, cuándo degustes el cocido y el cocido de Lalín, acuérdate de esos que
aprovecharon el fuego o inventaron formas de hacer fuego o transportaron las
brasas del fuego, hace cientos de miles de años. Porque gracias a esos, a esos Einstein, hombres o mujeres, gracias a
esos, usted está chupándose la lengua y los dedos al saborear el cocido de
Lalín o la tortilla de su pueblo o la paella de su abuela o los callos
madrileños o…
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Fin artículo 4.476º:
“Gastrosofía: Degustando el
cocido de Lalín, II”.
E.
13 octubre