Artículo Periodístico 4.048º: “El anonimato de la consecuencia como causa del mal”.
Todo
ser humano, se plantea, multitud de veces en su vida, cual es el origen del
bien y de la bondad, y, cual el origen del mal y de la maldad.
El siglo veinte fue catastrófico
en ello, por un lado, jamás la civilización humana había llegado hasta
entonces, a enormes valores y vectores de esplendor y de gloria, en casi todos
los campos, y, también, se organizaron sistemas que masacraba a miles, decenas
de miles, a cientos de miles de seres humanos –genocidios y campos de
concentración o exterminio-.
La pregunta se ha respondido desde
la antigüedad, de multitud de modos y maneras y formas, y, todas, hasta donde
mis conocimientos e inteligencia llegan, todas tienen algo de verdad, pero
también, todas son parciales. Quizás, la integración de todas las causas de
bondad y bien, y de todas las de mal y maldad nos pueden dar ideas y conceptos
y enunciados para entender y comprender lo que somos y dónde estamos en esta
cuestión.
Una, que llevo rememorando
durante muchos años, una causa que creo no se ha tenido en cuenta lo
suficiente, que no se ha señalado y descrito y analizado lo suficiente, aquí la
dejo para que los sabios lo hagan y lo desarrollen y analicen, sería algo así,
formulada de esta manera: “las razones o causas del mal, uno, es que el acto de
maldad, no tenga consecuencias para el sujeto que lo hace…”.
Si miramos los campos de
concentración, de un color y de otros, que se impusieron en el siglo veinte,
-hablamos del siglo veinte, porque existen suficientes bases de datos, hechos,
documentos, testimonios, grabaciones-, y, si miramos los genocidios que se
materializaron y crearon en el siglo veinte, sin entrar en otros siglos, todos
tienen algo en común: que los sujetos que los realizaron sabían que no iban a
ser juzgados, sentenciados y condenados, al menos, en un tiempo próximo. Que
sus actos malvados no tendrían consecuencias…
A esto lo he ido denominando en
mi mente “como anonimato de las consecuencias de la maldad”. Se cuenta que en
una ciudad de Centroeuropa, iba una mujer judía, con un bebé pequeño en brazos, un grupo de entes –no
merecen el nombre de personas- se acercaron, uno de ellos cogió al bebé, y le
rompió la cabeza contra una farola. La madre empezó a gritar y llorar de
desesperación y de injusticia. Se cuenta y se narra este hecho, suponemos que
es verdad. Ese acto, hasta dónde sabemos, jamás fue esa persona que realizó esa
actividad o acto, jamás fue, al menos por ese cruento y salvaje acto, -no
existen adjetivos para describirlo-, nunca fue encarcelado, juzgado,
sentenciado, condenado y, nunca cumplió por dicho acto cárcel o…
Por supuesto existen como dos
clases de mal y de maldad, el mal-maldad individual que un ser humano puede
hacer a otra u otras personas, y, que él o ella son responsables, a y en todos
los sentidos. Y, el mal-maldad que individuos pueden hacer, a una o a otras
personas, pero que están comisionadas o respaldadas por poderes superiores…
El concepto del “silencio o
anonimato de las consecuencias del mal y de la maldad, en una medida o en otra,
se puede aplicar a los dos tipos o clases del origen del mal-maldad
anteriores”. Pero aquí me estoy fijando en el segundo…
En este caso, el mal o maldad de
campos de concentración o de exterminio –que son conceptos diferentes a campos
de prisioneros y al concepto de cárcel por delitos juzgados por tribunales administrativos
comunes…-.
En ese tipo de mal y maldad que
pululó en el siglo veinte, en toda Eurasia, con banderas de distintos colores,
existen unos elementos, a grandes rasgos que serían los siguientes: una
ideología equis que defiende ese tipo de mal y de maldad, segundo, un poder de
Autoridades Máximas que lo incentivan y ponen en marcha ese mal-maldad,
tercero, unas estructuras de todo tipo, que permiten la organización y gestión
de ese mal y maldad; cuarto, personas que lo ejecutan materialmente ese mal…
Y, en todos los niveles o áreas o
esferas de “ejecución de ese mal”, desde las ideologías que lo sustentan, hasta
los personas máximas que lo ponen en funcionamiento, hasta los altos niveles de
diseño y ejecución y organización de esas realidades, hasta el último nivel de
materialización. Todas las personas que intervienen, en principio, “ninguno es
responsable de sus actos, a nadie se les va a encarcelar, enjuiciar,
sentenciar, condenar…”. Ni siquiera en muchos casos, ni tendrá crítica negativa
por el resto de población, -en esto se producen distintas causas, entre otras,
porque la población no puede, porque no existe libertad de expresión, o por
temor-.
Por lo tanto, ocurre el anonimato
del mal-maldad… Todas las personas que intervienen en ese tipo de acto, saben
que, al menos de momento, nadie los llamará o detendrá para que comparezca por
ese crimen o ese delito. Sea ese delito, pequeño o grande, sea producido contra
una persona, o contra decenas o cientos o miles, decenas de miles…
El error de las filosofías e
ideologías de estos últimos siglos, es que han ido incentivando que la
metafísica tradicional de siglos, vaya desapareciendo del corazón de los
hombres. ¿Y, qué sucede…? Que si dejamos de creer en Dios, dejamos de creer que
tenemos alma inmortal, dejamos de creer que seremos juzgados por nuestros actos
en un Juicio Particular, y, dejamos de creer en que existe una eternidad buena,
Cielo, y, una mala, Infierno, y esto eternamente…
Si dejamos de creer esto, los
hombres, colectivos, grupos, partes entera de la sociedad, dejan de tener un
freno. Porque un sujeto equis, ante un acto así, puede decirse, “no lo haré,
porque al final, puedo ser condenado al infierno toda la vida”. Esto ha sido un
freno de moralidad en esta tierra. Guste o no. Pero si quitamos ese concepto
del corazón de los hombres, nos encontramos, con una de las razones, de las
causas del mal en el siglo veinte, ese mal, sin sentido, sin adjetivos, porque
no hay manera de poner un adjetivo que pueda explicar la ingente cantidad de
mal, y, tanto mal, a tantos millones de personas, amparados por una bandera o
por otra…
Por tanto, nos encontramos como
causa del mal y la maldad, no la única, pero una de las más poderosas, creo,
que después de pensarlo y compararlo y analizarlo durante años, se puede
explicar como “la ausencia de la consecuencia del mal, para el sujeto que la
hace, no tendrá consecuencias, al menos de momento, por los sistemas jurídicos
terrenos, y, para ellos, no tendrá consecuencia, desde los sistemas metafísicos
y religiosos, porque no creen en la existencia de Dios”.
Este es uno de los grandes
motores del mal y de la maldad del ser humano, especialmente, la colectiva y la
maldad masiva, por denominarla de alguna manera. La de los genocidios y los
campos de concentración y exterminio de un color o de otro o de otros… ¡Paz y
bien y buena voluntad…! (Aquí dejo este argumento y causa para que ustedes lo
analicen…).
http://twitter.com/jmmcaminero © jmm caminero (24 enero-12 febrero 2024 cr).
Fin artículo 4.048º:
“El anonimato de la consecuencia como causa del mal”.
E.
12 febrero