Artículo Periodístico 3.630º: “L.G. Maldonado: Los que lloran al lado de las estaciones”.
Todos los seres humanos lloran,
unos por unas razones, otros por otras, todos en una época o en otra. Lloran y
lloramos con lágrimas y sin lágrimas.
En un artículo que solo he leído
las tres primeras líneas de la loable y notable articulista Lorena G. Maldonado, que publica El
Español, el día 22 de mayo del 2023, titulado Mujeres que lloran en estaciones
de tren. Nos indica que ella que habitó o crío o jugó al lado de una
estación de tren, debió de percibir y ver mucho de las alegrías humanas, mucho
de las tristezas humanas.
En este homenaje que estoy
haciendo al articulismo de opinión de nuestra geografía, y también a los
articulistas que han respirado estos aires, en estos doscientos por 365 días,
pues le ha tocado a esta notable articulista. Por tanto, hablaremos del lloro y
la angustia y la pena y la alegría y el viento y el mar. Yo, no me crié al lado
de una estación de tren, pero si habité, de adulto cerca de una estación de
tren. Es más he sido utilizador del tren durante muchos años, lustros y
décadas, ahora, como la mayoría solo de vez en cuando. Por tanto, he visto en
una situación concreta, que los que se suben y los que se bajan, todos llevan
sus tragedias y sus dramas y sus esperanzas y sus alegrías. Pero el tren es la
gran metáfora del ser humano.
En nuestra sociedad y país, la
inmensa mayoría de seres humanos migran, antes se indicaba inmigrantes o
emigrantes, los que caminan para habitar otro lugar externo, los que vienen de
otro lugar externo a nuestra geografía. Cientos de millones se han movido,
parece ser, desde la segunda guerra mundial… 281 millones en el 2020 eran
migrantes según el estómago y el rumiar de Internet.
Los humanos migran por muchas
razones. Y, cada uno, no solo lleva un motivo o una razón o una causa, sino
varios. Como todo en la vida, solo expresamos uno, de los tres o cuatro que
arrastramos en el corazón. España después de la guerra incivil civil cruenta y
trágica, se llenaron los ojos de lágrimas y de migrantes. Unos hacia otro lado
de su geografía regional o provincial o nacional o internacional. Somos un
pueblo de migrantes, no solo los gallegos que quizás empezaron el viaje antes.
Pero todos. Incluso ahora. En algunas regiones ahora, cosa que se olvida en
tiempos de votaciones y siempre, no hay familia, si ha criado dos o tres hijos,
que alguno no haya dejado su localidad de nacimiento, y haya marchado a
cincuenta o a cien o a quinientos o mil o diez mil kilómetros. Esta es la
realidad y esto es lo real…
Las mujeres sustentadoras y
cobijadoras de la vida son las que más migran, las que más lloran, las que más
angustias soportan. Soportan la espera de los niños en sus vientres. Soportan
la espera de los conyugues y maridos y parejas que entren por las ventanas de
sus viviendas. Esperan que el futuro siempre sea mejor que el presente. Las
mujeres los grandes monumentos que la historia ha criado para sustentar la
vida, son las que más lloran, por unos motivos y por otras razones. Son las que
llevan las sinfonías de todas las clases de lloros. Solo Dios comprende a las
mujeres. Solo Dios sabe todo lo que esperan las mujeres, esperan de sus padres,
esperan de sus parejas-esposos, esperan de sus hijos-hijas, esperan del Buen
Dios, que les otorgue el salario merecido de la Buena Eternidad…
Al lado de las estaciones, en las
calles alrededor, en los bares alrededor, en los andenes y en todos esos
menesteres, los que hemos habitado algún tiempo entre ellas y en ellas, y los
que hemos utilizado de forma regular esos servicios. Hemos visto y percibido
muchas esperanzas, muchas alegrías, esos hijos que se marchan a estudiar, la
esperanza de una nueva vida, y, los progenitores preocupados por si tomaban un
mal camino, esa persona que se iba migrante lejos, aquella persona que se iba
de viaje de novios, aquella otra y aquella otra. Mil circunstancias, que se
presumía y se hablaban en silencio o no, en las tascas al lado de esos entes,
en las calles alrededor…
Diríamos que el ser humano como
los grandes trágicos antiguos, ya mostraron y demostraron, en el pasado lejano,
es una mezcla de todas las historias posibles, Esquilo, Sófocles, Eurípides ya nos demostraron mucho de lo que es
el mundo, de lo que somos nosotros, esos que mezclaron historias de dioses,
para contarnos la historia de los hombres… Siempre recuerdo en la estación de Atocha
de Madrid, antes de la remodelación, antes del 1992, una muchacha joven
extranjera sentada en un banco de madera, al lado de la pared, a la entrada a
la izquierda, llorando con lágrimas como puños… Imágenes de estaciones de
trenes llenas de personas en tiempos de guerras, imágenes de chorizos en los
suelos de las estaciones por personas que migraban en tiempos de conflictos,
imágenes de cientos de personas esperando subirse al tren de algún campo de
concentración en el siglo veinte… si hablasen las estaciones, cuántas historias
nos narrarían… ¡Cuántas…!
Hay muchas clases de lloros y
muchos tipos de lloros y muchas historias de lloros. El peor es aquel que las
personas crean en otros y en otras, que no es el mismo, que aquella persona que
se defiende del mal del otro o de los otros. Un mal real y objetivo, un mal
concreto y determinado, un mal. El gran mal y el gran lloro, es la persona
victima que es tomada como verdugo, y la persona que es verdugo que es tomada
como victima. Ese es el gran lloro, y, de ese lloro saben mucho las mujeres, y
de ese lloro, saben mucho las paredes de las estaciones de trenes, de barcos,
de autobuses, de aviones…
http://www.facebook.com/cuadernossoliloquiosjmm © jmm caminero (07-14 junio 2023 cr).
Fin
artículo 3.630º: “L.G. Maldonado: Los que lloran al lado de las estaciones”.
E.
14 junio