Artículo Periodístico 3.955º: “Soñando Albarracín, I”.
Los dos viajeros arribaron
aquella mañana, fría y caliente, a este barco varado y dormido y durmiente, en
la mar de tierra de piedras del recuerdo y de la historia. Aquella mañana…
Piedras de calles empinadas, como
si las aguas de los ríos de la vida, no descendiesen sino ascendiesen. En esos
y estos lugares, sabemos que algo de nosotros está. Nos atraen como imanes
porque sentimos y percibimos algo inconsciente, quizás exista un yo colectivo
inconsciente, quizás, algo de los recuerdos del pasado van pasando de alguna
manera, de un individuo a otro, pero esta tesis no es científica, ni empírica,
quizás solo sea sueño e imaginación y velo y desvelo, quizás, solo sea poética
y poesía, pero qué más profundo que esa poesía que está en piedras y en versos
y en catedrales y en labios y en ojos y en cabellos…
Recorrer calles y recodos de
calles, perderte en ti mismo para encontrarte en ti mismo, perderte por fuera
en esos muros de piedras y pedradas de casas que rezuman tiempo, para volverte
a ti. Es la curación por el viaje, es la terapia de encontrarse a uno mismo, de
olvidar y de recordar alguna herida. Y, qué ser humano que mira con los ojos no
arrastra alguna herida, a veces, más que herida, flota en las nubes de
nubarrones de pus y sangre y lloros y lágrimas. Este lugar, nos cura un poco,
de algo, porque nos olvida de ese algo, y, porque nos lleva a ese algo.
Durante siglos, hubo bípedos
racionales, con distintas banderas e ideologías, por estas calles, con
distintos vestidos y distintos nombres, pero todos tenemos en igualdad y
semejanza, alegrías y penas, temores y esperanzas. Albarracín, nos habla de
todo ello. Por eso, volvemos a esas ciudades y pueblos, que durante siglos, parece
han estado dormidos y durmiendo y durmientes, pero han estado conservándonos
sueños de siglos, de milenios, nos han estado esperando para que caminásemos
por sus piedras y adoquines y retablos de aires y vientos, para que curásemos
alguna herida de nuestro ser y estar y sentir y andar y caminar y percibir y
dormir...
Ahora, ya te van faltando las
fuerzas interiores, ya estás atado a redondeles farmacéuticos, no graves, pero
reales, ya necesitas el descanso de la siesta. Has entrado en otra fase del
existir de un sujeto humano. Que tuvo esperas y esperanzas. Como todos. Cuándo
hablamos del yo, hablamos del yo de todos, en muchos sentidos. Los ecos del
pasado, los meces como los torbellinos de los ríos, y, los pones para los del
futuro. Eso es redactar textos de ideas y percepciones e imágenes, eso es
narrar Albarracín, por y para un corazón. Que ya hacía fotografías, otra vez,
un sueño de juventud, que se plasmó, que tuvo entrecruzamientos de realidad y
de tiempo. Pero que no sabe, si aquellas imágenes de escribir con la luz, se
han perdido, porque miles lo han hecho, unas ocho mil, trabajo de dos años de
sol y de luna.
¿Volveré otra vez, volveremos
otra vez, los dos, quizás, algunos más de los descendientes, volveré otra vez a
Albarracín, para pisar sus ruedas de piedra y cansarme, para mirar al horizonte
lejano, para entrar en esas moradas, y, esos servicios de aguas mayores, huecos
en piedras lanzados al aire de la sierra por debajo…?
Sé que los pájaros miran
Albarracín de otro modo, nosotros que somos intermedios y percibimos, en algo
del medio, entre los canes que miran el suelo y las águilas que perciben desde
las nubes, nosotros que estamos en medio de esas dos miradas. Nos imaginamos el
viento y el tiempo, el espacio y el lugar. Nosotros estamos y somos en tantos
mundos a la vez. Este cerebro que sirve para dar vueltas a las ideas. Ese lugar
de la cabeza que se inserta en una ciudad, formada por miles y decenas de miles
de cabezas a lo largo de los arados de los siglos…
Siempre me han atraído, como gran
arte, arte abstracto antes de Kandinsky,
las formas y colores y adornos de las puertas. Si son antiguas, hay más
variedad. Aquí en esta localidad, ciudad, pueblo se podría construir un libro
solo con fotografías de puertas, podrían crear una ruta de las puertas. Y, cada
una con su color, puertas, ventanas, portillos, adornos de las casas por fuera,
las caídas de las aguas, los colores de las paredes, los matices de las piedras
del suelo, según la hora, según el mes, según la luz que reflejan o absorben…
Todo ese caminar, sentado en
algún lugar, fijo y mirando, sin hacer casi nada, y, vas percibiendo como las
sombras se van moviendo, las claridades también, los rincones se van tapando y
se van escondiendo. Como otros seres humanos bípedos van apareciendo por ese
lugar y teatro, con faldas largas o cortas, o pantalones largos o cortos, muy
cercanos a otros labios y torsos, o solos mirando el caminar del tiempo.
Intentas averiguar, cual es la alegría o la tristeza de su corazón. Quizás,
venidos de unas decenas de miles de metros, quizás, de unos cientos de miles de
metros. De distintos colores de piel, de distintos colores del alma…
Piedras y árboles, montaña y río,
aire y viento, y, siempre realidades y sueños. De todos esos mundos forma la
esencia de lo humano, podemos volver a Heidegger
o a Platón, pero estos pueblos,
todos, están formados de ideas y de hechos, de historias y de cuentos, de
realidades y de imaginaciones, de idiomas y lenguas y de mil corazones y miles
de miles de almas que han ido atravesando estos lares y aires. Deseos de tierra
y deseos de cielo, deseos de hijos y deseos de Dios. Todo eso es lo que somos y
formamos. Esas plazas no regulares, no siguen el canon griego romano de la
estructura en ajedrez, sino son adaptaciones a las montañas y adaptaciones a
los poderes de cada momento…
En toda plaza, existe un viejo
sentado al sol, en algún poyete o banco que la historia ha ido dejando. Cuánto
sabrán esas piedras, cuántas conversaciones, durante siglos y generaciones se
habrán ido diciendo. Cuántos cuentos y narraciones, cuántos corazones, que
habían sido más jóvenes, que estuvieron lejos de allí, o, jamás se movieron,
salvo algún viaje a la capital de la provincia, o quizás a la mili o a alguna
guerra que les pilló de improviso, sin comerla, ni quererla, ni desearla, pero
que la tuvieron que padecer. Eso son las generaciones, vienen y soportan los
huracanes de la historia, y, se forman crisis y con-crisis. Y, los humanos,
tienen que nadar… eso se siente, al percibir, un viejo con garrota o sin ella,
con gafas o solo, o acompañado de dos o tres o cinco, que hablan y miran, que
sienten en y con los ojos. Que quizás, su único afán es seguir mirando y
recordando. Esperando que exista un Ser
Trascendente o quizás, no deseando que exista… Quizás, esos viejos de esas
plazas, que hablan y que silencian las palabras, sean los verdaderos filósofos
y pensadores y metafísicos de Occidente, quizás, esos sean los verdaderos Platones y Aristóteles de la historia
y, que apenas nadie escucha…
Los dos viajeros, cansados de
mirar y de mirarse y remirarse, de caminar y de caminarse, atravesaron la cueva
moderna y antigua, para degustar energía en forma de alimentos. Los dos
viajeros que andaban, ya muchos años, caminando a la par, en este paisaje de la
vida, y, que hoy, esta mañana habían llegado con las cuatro ruedas del motor de
explosión, a este lugar, a este deseo de lugar.
http://www.facebook.com/cuadernossoliloquiosjmm © jmm caminero (06-19 diciembre 2023 cr).
Fin
artículo 3.955º: “Soñando Albarracín, I”.
E.
19 dic.